July 22, 2024

Notas perfectas vs. de lo que eres capaz

Un profesional se mide realmente por lo que puede hacer en su ejercicio profesional y no por el título que lo respalda.

Más allá de tener un título o recibir notas destacables durante su carrera, un profesional se mide realmente por lo que puede hacer en su ejercicio profesional y no por el título que lo respalda. ¿Cómo encara los desafíos? 

Mi mamá, Alba Lucía Ocampo, es posiblemente la mujer más inteligente que he conocido. 

Esto no es un hijo idolatrando a su mamá, por cierto, es con evidencia ‘científica’ o mínimo pseudo-científica. Ejemplos tengo cualquier cantidad, pero el que más recuerdo es común en muchas familias latinoamericanas, el ritual de las notas escolares.  

Dicho ritual en la familia Bilbao se trataba de una peregrinación anual a las instalaciones del Colegio Jefferson, de Cali, a recibir los resultados académicos de cierre de año escolar de mi hermano y mías. Ahí además del reporte de notas, se entregaban varios premios de excelencia académica, deportiva, de convivencia, etc. 

Cada año sin falta durante la ceremonia, Andrés y yo recibíamos nuestro reporte, y nos sentábamos expectantes a adivinar quién de nuestros amigos se levantaría de la silla a recibir un reconocimiento. En el caso de Andrés y yo, la siguiente vez que nos parábamos, era para irnos para la casa. 

Mi mamá, en el camino de vuelta, solía sentir un poquito de melancolía, de añoranza, saudade como dicen los brasileños, y nos recordaba con alegría cómo funcionaban los premios en su colegio. “En mis tiempos, hace muchos años, no daban todos esos premios que dan aquí”, decía. “En mi colegio solo daban un premio, una medalla. Y yo me la gané toda la primaria y el bachillerato: 11 veces, ah no mentiras fueron 10. Una vez me preguntaron si estaba bien dárselo a otra niña porque yo me la ganaba siempre, entonces esa vez no, pero todos los años me la ganaba”. 

¿Saber que mi mamá era buena estudiante me motivaba a aprender más? Cero. Tampoco pensaba “bueno este año sí, voy a darla toda”. Para mi fortuna, ella no lo hacía desde un lugar de desaprobación, o desde una necesidad de empujar a sus hijos. Si algo le daba pena era con los profesores, que fuéramos tan inquietos, aunque una mejor descripción era cansones. “Van a pensar que no tienen mamá” decía cada vez que nos portábamos mal, era un refrán frecuente.  

Andrés y yo, aunque ñoños para estándares del colegio, éramos desjuiciados, nos la pasábamos peleando, y duro. 

En ese ritual académico de notas de fin de año, sólo ‘ganamos’ algo una vez. Fue en grado 11, porque ese año realizamos las pruebas nacionales, y nos fue bien. Recibimos un poco de menciones y hubo que pararse a recibir premios como cinco veces cada uno. Mi mamá parecía un pavo real de lo orgullosa. Decir que en mi familia valoramos la excelencia académica, es como decir que a Shakira le gusta cantar. 

Cuento esto, para explicar cómo la vida profesional de mi madre se divide en dos partes bien distintas. 

Hasta ese punto, esa era mi mamá, la mujer más inteligente que conozco. La que cuando nos empezó a ir mal en noveno, sacó el álgebra de Baldor, se puso a estudiar (digo recordar) por dos semanas, y después nos explicó para sacar exámenes perfectos. 

La que de ahí estudió química farmacéutica en la Universidad de Antioquia (en vez de medicina porque no había con qué pagar eso) y sacó las notas más altas toda su carrera. Curiosamente mi papá casi no se gradúa por estar peleando con profesores según me cuenta. 

Esa primera parte de su carrera tuvo el pico más alto cuando pasó a trabajar en Tecnoquímicas, a ejercer lo que estudió en una farmacéutica nacional donde trabajó 20 años y siempre fue reconocida como un cerebro. Alba Lucía era excelente haciendo lo que le enseñaron: sacar notas perfectas. 

La segunda parte de su carrera inició el día que la despidieron. Cuando hubo un recorte grande en esa empresa, mi mamá se quedó sin trabajo, y teniendo cuarenta y tantos años en una industria en contracción no encontraba nada. 

Después de buscar por más de 6 meses sin éxito, se ubicó donde pudo. En una empresa metal-mecánica ‘Metalúrgicas Vera’ donde parecían necesitar un ingeniero químico. Sin tener más de dónde agarrarse ahí arrancó. Para su infortunio, al poco tiempo la empresa decidió abrir una nueva línea de productos industriales mecánicos, y el rol para el que la habían contratado ya no hacía sentido. 

Le pidieron que apoyara el proyecto definiendo qué aleaciones metálicas eran mejores para el moldeado y resistencia del producto. 

La siguiente parte de la historia es mejor contada desde la perspectiva de mi mamá, así que aquí la escribo en su voz:

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Mijo en ese momento yo le decía a tu papá “yo no sé hacer esto, no tengo ni idea de nada de metales, eso es en unas calderas por allá. Yo no estudié eso, no sé absolutamente nada de metales, esos señores se enloquecieron. Mañana voy a decirle al señor Otoya que yo no puedo hacer eso, y que me voy”.

Pues si que me fuí al trabajo y a primera hora entré a la oficina del gran jefe y le dije:

“Señor Otoya tiene un minuto? Quiero decirle algo”

“Alba Lucía como me le va? claro siéntese” 

Ay mijo me armé de valor para decirle que me iba , “señor Otoya, sobre mi contratación yo creo que usted se equi-” ‘y ni me dejo terminar’

“Oiga Alba Lucía, agarre esto” me dijo y me pasó unos papeles. 

“Yo sé que el proyecto este no ha empezado oficialmente, pero no puedo esperar. Necesito que me haga un análisis de estas aleaciones, y averigüe cuál cree que es el mejor para esto chazos” 

“Pero señor Otoya, yo no soy metalúrgica, yo estudié ingeniería qui-” y me interrumpió otra vez

“No no no me vaya a decir que usted no sabe de esto, que yo tampoco, y estoy muy ocupado entonces no tengo tiempo, vaya haga esos análisis y me dice qué funciona”.  Yo ahí con la boca abierta, y este señor seguía.

“Hoy es qué? martes? Nos vemos el otro martes y me dice como le fue”.

Ahí si lo paré por fin según yo y le dije “Espere un momento, martes? que yo no puedo hacer ” – y ahí me interrumpió aún más cortante! 

“Alba Lucía venga estoy muy ocupado” levantó el teléfono y empezó a tener otra llamada, y yo ahí sentada esperando sin saber qué hacer, y tapó la bocina y me miró y me dice “nos vemos la otra semana, hágale que esto va para largo” y me despachó de la oficina. 

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Esa historia continua con un final predecible. Mi querida madre no tuvo más remedio que aceptar que no tenía la formula, y que no iba a haber garantía ni certeza que podría lograrlo. Tuvo que ponerse a leer, investigar, testear materiales y procesos para ver qué funcionaba mejor. A las dos semanas encontró una mezcla/ amalgama/ compuesto (como se llame, la química es ella, no yo) que funcionó muy bien y se lo mostró al jefe. 

En ese momento mi mamá aprendió de lo que es capaz, y tenía una sola persona a quien culpar.

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“Yo siempre voy a estar agradecida con el señor Otoya. Él fue quien me enseñó que uno puede ser más. Que uno no se tiene que definir por lo que estudió. Eso en el colegio y la universidad lo ponen a uno en una cajita asi de chiquititititita y te dicen bueno/malo, bueno/malo y uno se cree eso, pero eso no es verdad. En el trabajo es peor, creen que uno solo puede hacer cosas de lo que uno tiene experiencia y ya. 

Otoya me obligó a ver qué podía hacer otras cosas, y allá en su empresa me volví ingeniería metalúrgica, y después me fui a trabajar a Profamilia haciendo procesos de calidad, y ahora retirada pinto y hago mis acuarelas y óleos y qué pasa? Uno siempre puede aprender, y todo se puede aprender, hasta a pintar después de jubilada. Eso me lo enseñó el señor Otoya, y a las malas” dijo con los ojos brillantes.


Escuchando la historia a mis 23 años de edad, me dio risa y le pregunté “Venga madre y cómo le enseñó eso? Obligada parece jaja”

“Así es hijo, me ponía unos proyectos complicados, que nosotros no sabíamos hacer, y no me dejaba decirle que no podía.” “Y lo más gracioso es que siempre que le mostraba los resultados, se burlaba.”

“‘Qué hubo Alba Lucía! La logró? Aaah muy bien, ¡que bien! si ve que sí podía, yo sabía que era capaz. Yo no sé nada de nada y usted como es de inteligente, pues claro que iba a poder’”. 

“Ufffff! Esa me la hizo tantas veces, que ya estaba acostumbrada a esa danza – ‘jefe que yo no sé’ – ‘Alba Lucía vaya chao que estoy ocupado’ ya después ni entraba a la oficina. Lo hacía y ya.” 


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Quiero aprovechar para enviarle un mensaje de agradecimiento a la familia Otoya. Esa familia que ha hecho tanto por el desarrollo empresarial de Cali, mi ciudad, y que tuvo un impacto tan grande en mi mamá, y sin saberlo, también en mi equipo. 

Aquí ya con años metido en esto de emprender y de liderar gente y todo eso – lo que aprendió mi mamá lo reconozco con el nombre de growth mindset ‘la mentalidad de crecimiento’ de mejorar y no de ponerse techos o limitaciones, y que bueno que ha sido para su vida y satisfacción personal. 

Esa última frase que le dijo “yo no sé nada de nada y usted como es de inteligente, claro que es capaz”. Esa mentalidad de aprender, de resolver problemas, de superarse cuando uno cree que no sabe cómo, esa frase se la enseñó el señor Otoya a mi mamá. 

Ella a su vez me la enseñó a mi hermano y a mí. 

Quien quiera que trabaja en Truora puede dar fé que la hemos usado cientos de veces para motivar a nuestro equipo a que crezcamos y mejoremos. Para tener mentalidad de crecimiento y afrontar todos los problemas. Por esto, yo también le estaré eternamente agradecido al señor Otoya, que en paz descanse. 

Y mira como es de bonito el ciclo de la vida: hace un par de años, tuve la fortuna, que por mi ‘puerta digital’ (que en startups llamamos zoom) entró un pelao. Un recién egresado de Universidad fifi, que estaba arrancando su carrera en Truora. Este personaje  llegaba con ambición desmedida y ganas de comerse el mundo y con confianza de sobra. Aún así, me aseguré de ponerle una primera tarea TAN jodida, y tan complicada, que el muchacho sintiera que no era capaz. Efectivamente sintió que le iba a quedar grande. Y cuando empezó a titubear no le dejé decirme nada y lo despaché, como hizo el jefe de mi mamá. Ese muchacho resulta, se llama Federico, Federico Velez Otoya. 

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